3 de agosto de 2017

Isabel Allende #75


La escritora de origen chileno, cumple 75 años.

Desde estas páginas os dejamos algunas de las miles de frases que pueblan el mundo de las palabras, allí donde se guardan esperando ser leídas, recordadas, acariciadas, abrazadas, olvidadas, acunadas, mecidas, recitadas, descuidadas... todas ellas merecen elevado trono, donde puedan ser descubiertas con las llaves del interior, y de allí partan desde nuestros labios hacia las almas donde, quizás, sólo quizás, sean leídas, recordadas, acariciadas, abrazadas, olvidadas, acunadas...

También os acompañará al final de la entrada un fragmento de "Cuentos de Eva Luna".
 











"Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su  madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. 
Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela.
 No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allá, todos la conocían. 
Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. 
Vendía a precios justos. 
Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. 
También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido, sin saltarse nada. 
Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. 
La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. 
En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. 
A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. 
No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. 
Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá."


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